De todos es sabido que los niños en las guarderías son blanco fácil para todo tipo de virus que sus compañeros porten o desarrollen. Los primeros catarros, las primeras bronquitis, las primeras fiebres…Y es que el contacto diario de los pequeñines entre sí hace que compartan o “socialicen” sus virus. Lo que desconocíamos hasta ahora es que también los profesores pueden, y ahora incluso deben, por Ley, “inocular” a nuestros hijos virus tan dañinos para la convivencia como el odio a sus vecinos y el odio a lo diferente. Es un virus letal que se introduce en las mentes de las personas y que tiene fácil diagnóstico si se observan algunos de sus síntomas de manera objetiva.
A saber:
1.- Aparición de odios insospechados hacia aquellos que no piensan ni hablan en la lengua que utiliza el enfermo. Ya se sabe: se debe “pensar” y “vivir” en un idioma determinado para ser aceptado en la tribu. En procesos avanzados de la enfermedad incluso pesa más el idioma en el que se hable que la preparación técnica u objetiva para desempeñar cargos de responsabilidad.
2.- La permanente justificación de la incompetencia propia en la invasión extranjera, sea ésta cultural, económica, e incluso, en estadios graves de la enfermedad, con esquizofrenia aguda, invasión militar (léase el caso del vasco que cree que existe una ocupación militar y policial española…). Un claro ejemplo de este síntoma es la crisis general en la esclerotizada Cataluña (otrora referencia de mezcla y diversidad, y hoy tristemente aldeana y acomplejada).
3.- La ensoñación y formación de una historia inventada, que en ciertas latitudes norteñas llega hasta el éxtasis de nombrar al “pueblo elegido” nación de un tal “breogán” del que no se conoce padre ni madre que lo crió, y en otros casos más al norte siguen los dictados de un pequeño “führer” absolutamente desquiciado y trasnochado, cuyos libros guardan celosamente cual santo grial. Esta enfermedad, si se agudiza, llega al extremo de negar la romanización, y reivindicar el barbarismo, que es como ir en dirección contraria por una autopista y clamar contra los locos que vienen de frente.
4.- La mitificación de lo propio sobre lo ajeno. Y es que incluso los más levemente infectados (incluso aquellos que se suponen vacunados y que se agrupan en partidos supuestamente inmunes al virus) creen firmemente que la “morriña” es exclusiva de los gallegos, o que éstos fueron los únicos emigrantes, o que el gallego se hablaba antes de la dictadura de Franco en todos los ámbitos (nada más lejos de la realidad histórica). Igualmente, los vascos creen firmemente que sus hombres son más fuertes, más listos y más guapos que los “maketos” y los catalanes creen firmemente que son mejores en la gestión de los recursos (olvidan que esos recursos provienen directamente y en su mayoría, de lo que producen los odiosos españoles), y tienen incluso un equipo que es “més que un club”…
Pero con diferencia, lo peor de esta maldita enfermedad, es que los efectos secundarios que producen en pueblos enteros, léase el emprobrecimiento cultural, económico, social y la ausencia de Libertad, no se manifiestan hasta que se produce lo inevitable: el colapso. Y es entonces, cuando el efecto del virus reacciona con toda su violencia, y se produce una reacción en cadena que multiplica exponencialmente los efectos de la enfermedad. Todos los males que ésta produce se deben, a juicio de sus esquizofrénicos pacientes, a los tratamientos que existen para su cura: dosis generosas de libertad, igualdad ante la Ley y respeto al individuo. Y el paciente se vuelve agresivo, y no sólo se niega a aceptar la medicina de la LIBERTAD, sino que trata de que el virus se contagie a los pueblos vecinos. Y rara vez la enfermedad, cuando avanza hasta estos extremos, tiene una cura fácil o definitiva, y deja a los enfermos dos únicas opciones: o la rehabilitación libre de aquéllos que, en momentos de lucidez, son conscientes de su enfermedad, o el aislamiento de los enfermos, la cuarentena.
Resumiendo, como toda enfermedad, la mejor cura y la más sencilla es la prevención. Así que ya sabe usted, querido ciudadano, que sólo tiene dos opciones para hacer frente a esta epidemia vírica que pretenden extender indiscriminadamente entre la población infantil: o bien se conforma con pedir que le rebajen el precio de las jeringuillas, para que la inoculación no resulte cara al bolsillo, y mira usted hacia otro lado, y en ese caso usted debería matricular a sus imberbes en las galescolas/ikastolas o similares; o bien se aparta usted de la enfermedad y trabaja conjuntamente con otros padres que ya luchan denodadamente contra el virus infantil que nos quieren imponer, tratando de encontrar la vacuna correcta.
Porque, no lo olvidemos, un niño debe aprender a jugar…pero no con fuego.
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