martes, 11 de marzo de 2014

11 M: diez años después

Hoy se cumplen diez años de la masacre que cambió la historia de España. Diez años desde que España mostró al mundo su cara más cobarde, su cara más cainita, el reverso de la moneda de la leyenda del arrojo español, la renuncia a nuestro más genuino carácter, la mayor involución democrática de nuestra reciente historia. Hoy hace diez años del día que lo cambió todo. Vaya desde aquí, antes y por encima de todo, mi sentido pésame a todas las víctimas y mi reconocimiento a todas ellas y a todos cuantos ayudaron en las difíciles tareas de esas horas iniciales y posteriores al mayor atentado de nuestra historia. 

Supongo que este martes todo el mundo se preguntará eso de "qué hacías tú aquel día". Yo dejaré aquí mi pequeña historia, no sólo de aquel día, sino de los días siguientes a la masacre y mis sensaciones:

Por aquel entonces yo no militaba en ningún partido político, aunque toda mi vida había votado a la derecha en España. De hecho, como en casi todas las elecciones, en aquella ocasión me disponía a colaborar con el Partido Popular en las mesas electorales, como interventor o apoderado, echando una mano en el siempre reconfortante proceso democrático. Tras las tempranas noticias del atentado, recuerdo vivamente las sensaciones de aquel día: el horror de las primeras horas, el desconcierto generalizado, la convicción general de que ETA había jugado su siniestra carta en las elecciones (como siempre había hecho o intentado hacer y como haría después), la posterior y escalofriante sensación de que la culpa del horror se trasladaba de los asesinos a los millones de votantes del partido popular y al gobierno de España. Recuerdo vivamente las sensaciones de dolor, de tristeza aguda ante la reacción cainita, visceral, irracional y violenta de amplios sectores de la izquierda española, tratando de lanzar los muertos sobre el gobierno legítimo de la nación, recuerdo la vergonzosa maniobra mediática de la izquierda, que rápida y hábilmente abandonó su propia tesis sobre la autoría etarra del atentado, con el único propósito de voltear las elecciones. 

Tengo todavía muy presente toda la escalada de odio organizado, canalizado y potenciado no hacia quienes habían volado los trenes, sino hacia quienes parecían para muchos los verdaderos enemigos y carniceros: los representantes legítimamente elegidos y cuantos osáramos defender lo obvio, que de un atentado los únicos culpables son los terroristas. 

¡Cómo olvidar esos momentos!¡Cómo olvidar la infame campaña de la cadena SER y todo el grupo PRISA, lanzando a la muchedumbre contra las sedes del PP! Nadie tiene que recordarme tal vileza, por una sencilla razón: yo estuve allí. Me tocó acudir a la sede coruñesa del Partido Popular varias veces durante esos días, me tocó ver cómo  simples ciudadanos (algunos sin carné) éramos insultados, escupidos, cómo no podíamos salir de la sede, cómo tuvimos que llamar a la delegación del gobierno para que nos mandaran protección, cómo un servidor tuvo que salir a acompañar a una concejal electa hasta su coche atravesando una jauría humana que nos insultaba. A nosotros, a ciudadanos que jamás habíamos matado una mosca. ¡Cómo olvidar la reacción tan diferente de otras democracias ante trances similares! 

Recuerdo vivamente la sensación que hundió a todos los presentes en la sede popular de La Coruña cuando la radio informaba de la aparición "milagrosa" de la cinta con oraciones del Corán. Recuerdo vivamente cómo todos nos temíamos lo peor, conociendo la vileza de nuestra izquierda, su deslealtad congénita. Era evidente: se abría la veda, la caza contra todo aquel que osase discutir desde ese momento mismo la versión perfecta para la vuelta de la izquierda al poder. Ni siquiera nos permitieron el duelo por tanto compatriota muerto o herido, es más, nos hacían culpables de su destino. Terrible. 

Mi cabeza "rumiaba" una y otra vez la misma idea: la historia se repite, la izquierda volverá al poder justo tras un suceso traumático y aún aprovechándose de él y del terror, del miedo. Había pasado antes, en 1981, y aún antes, en 1934. Y pasaría después...

¡Cómo olvidar la noche del domingo electoral cuando, abatido por la evidencia, un sms sonó en mi móvil. Un viejo y querido amigo, que venía como yo de alguna mesa electoral en otra punta de Galicia decía lo que millones de personas sentimos esa noche: "Querido amigo. Te mando un abrazo. Me duele España". ¡Cómo olvidar! El 11 M lo cambió todo en España. Si alguien pensaba truncar la exitosa línea de la democracia española, a buena fe que lo consiguió con creces. Noqueó a media España, espoleó lo peor de la otra media, y hundió a nuestra nación en una mezcla de miedo, cobardía y vergüenza insólitas en nuestra historia. Lo que vino después, lo que nació de tal infamia, sólo pudo ser la consecuencia de ese desastre. Y esa consecuencia tuvo nombre y apellidos: José Luis Rodríguez Zapatero. 

Algunos ilusos pensaron que el 11M había aniquilado a la derecha en España propiciando el auge del PSOE de ZP. Se equivocaron por defecto: no sólo aniquiló a la derecha, sino que aniquiló igualmente a la parte digna de la izquierda, la más aseada intelectual y políticamente. Primero ZP y después Rajoy, han sido el subproducto del detritus nacional que supuso el 11 M.

Pero volvamos a mi historia personal. Como decía, nunca había militado formalmente en partido político alguno. Sin embargo, esos días tomé una determinación ante el acoso total hacia todo lo que oliese a derecha. En los momentos de máxima dificultad, cuando ser del PP era verdaderamente mal visto, sentí la obligación moral y patriótica de tomar partido, de dar un paso al frente, afiliarme y defender los principios en los que siempre he creído, poniendo mi granito de arena en el dique de contención de la ola de progresismo radical que nos esperaba. Entré en política cuando más difícil era defender mis ideas.

Diez años después, con tristeza, casi tanta como aquel fatídico día (casi, porque nada es comparable al vil asesinato físico de tantos compatriotas), debo decir, honradamente, que España sigue hundida en el fango de la ignominia. Seguimos siendo el resultado de aquella renuncia colectiva a la dignidad. Y, como ZP, este PP no es más que una lógica consecuencia de todo aquello.

Quienes entramos en política en aquellos años, vemos hoy con desgarradora evidencia que el argumento de rendición de ZP, antaño contra el islamismo y la ETA, es hogaño el mismo argumento "apaciguador" que preside la política antiterrorista del gobierno actual, quien, además de negarse desde el gobierno a facilitar y liderar la investigación de la masacre de 2004, ha dado muestras sobradas de seguir la hoja de ruta de ZP en relación a ETA, lo que podría dar lugar a pensar en una hipotética correlación entre ambos sucesos: la evidencia de que una de las organizaciones más beneficiadas del atentado del 11 M, lo haya perpetrado quien lo haya perpetrado, ha sido, precisamente la banda terrorista ETA y los nacionalismos catalán y vasco.

Desde aquel 11 M de 2004, en el que algunos estúpidos decían aquello de "ETA se ha pasado" o "ETA no haría tal barbaridad" (como si no hubiera hecho masacres toda su negra vida), ETA ha visto al Estado, primero con ZP y ahora con Rajoy, claudicar sistemáticamente ante sus posicionamientos políticos de toda la vida. ¡Y qué decir del nacionalismo "dizque" moderado (si me permiten la ironía) catalán y vasco!

Casi diez años nos ha costado a algunos ver la cruda realidad. La evidencia de que España es gobernada en turno por dos partidos que obvian el mayor ataque a nuestra democracia, a nuestra dignidad como nación occidental y se han acostumbrado a pastorear y fomentar la cobardía de su pueblo en lugar de alimentar su recuperación y su confianza. Dos turnantes organizaciones que han decidido entregar España a sus enemigos, que han decidido que España y los españoles no merecemos la pena, salvo para servir de ganado o rebaño al que "trasquilar" y seguir vendiendo la lana fuera, a ser posible en Suiza, o con algún ERE como excusa...

Y hete aquí que, de la misma manera que había entrado en el PP cuando ser del PP era un estigma social (justo tras el 11 M), decidí irme cuando el PP tenía más poder que nunca en España. Mucho poder, sí, pero nulo contenido. El partido de Aznar se había convertido en un vigoréxico partido sin cerebro, sin ambición, sin más valores que la mera supervivencia en la poltrona. Y el santo y seña de entrada en la maquinaria del poder era, entre todas los demás, la aceptación de la versión oficial del 11 M, quizá como símbolo del cambio de rumbo "mejicano" del Partido Popular, entregado al modelo social zapateril, e incapaz de mostrar la valentía de luchar por los valores de sus bases, pervirtiéndolas y convirtiendo al PP de Aznar en una especie de PSOE bis que garantice la pervivencia de un sistema cleptocrático antiespañol.

Con todos esos ingredientes, y habiendo probado también los sinsabores del cainismo en organizaciones de menor entidad, pero acaso de idéntico gen servil y populista aderezado de personalismo mesiánico, vuelvo, diez años después, a plantearme la misma pregunta: ¿debemos seguir con el empeño patriótico de tratar de sacar a España del pozo de la historia? ¿Es la España de hoy mejor que la de hace diez años? ¿Cómo contribuír a que la España de dentro de diez años sea mejor que la de ahora? ¿Qué España quiero dejarle a mis hijos? ¿Qué les diré si España se despeña en el abismo y me preguntan qué hicimos nosotros por evitarlo?

Creo un deber moral encontrar respuestas a todas esas preguntas, por el bien de mi país, de mis hijos, de mis compatriotas. Por eso hoy, diez años después, y con el recuerdo de las víctimas, de todas las víctimas de la barbarie terrorista, sea cual sea la franquicia, me siento más obligado que nunca a luchar humildemente por los millones de españoles que no se resignan, que, a pesar de la orfandad, del total abandono de sus supuestos representantes, siguen viviendo de acuerdo a principios morales sólidos. Los millones de españoles que se resisten a que su nación sucumba ante la desidia de quienes juraron defenderla. Millones de españoles, en suma, que se resisten de dejarse llevar dócilmente al matadero de la historia y que ven con temor la posibilidad de un estallido social que traiga soluciones populistas y oportunistas. Millones de españoles que no quieren revolución, sino regeneración democrática.

Porque en el compromiso con los demás anida la esperanza. Porque mientras quede aliento, muchos lucharemos patriótica y democráticamente por levantar nuestro país, si es necesario desde sus cimientos. Porque, a pesar de todo, todavía hay España. Puede que esté callada, o puede que esté gritando en silencio. Puede. Comprobémoslo juntos. Creo, sinceramente, que, hoy por hoy, sólo hay una manera de saber cuánta fuerza queda en España, cuantos españoles estamos dispuestos a cambiar el rumbo de nuestra nación. Y sobre esa fuerza, reconstruír y regenerar nuestra patria. Sólo hay un camino: dejando hablar a los españoles silentes. Esa mayoría silenciosa que trabaja y trata de sacar el país adelante, pero que cada vez está más harta, más ahogada, más desesperada. Démosle voz, devolvamos la voz a España. Por los que están, por los que se han quedado en el camino y por los que vendrán. Para que este ominoso silencio no lo cubra todo y nos lleve al desastre. Hay que romper el silencio, hay que alzar la voz.
11 de marzo de 2014: diez años después, toca seguir luchando. Una vez más, y las que hagan falta. Por España.

Salud y Libertad