Existen para el Liberal valores inmutables como la Vida y el Individuo, y sus consecuencias: la Libertad y la Propiedad. Esos son los pilares del pensamiento liberal. Y sobre esos valores, el liberal se pregunta cómo hacer mejor las cosas.No atiende a apriorismos de tribu, o de masa. No se basa en la prepotente idea del elitismo político, del Gran Hermano, o de la dogmática religiosa. Sabe que el individuo es el fin y no el medio. Y le da al hombre el valor justo: el hombre es un ser falible, no un dios. Por lo que todas sus obras habrán de someterse al correcto equilibrio entre Poder y Libertad. Y esta no es una tarea estática, sino dinámica. Quizá la labor más importante del liberal sea la de estar en permanente guardia ante los inevitables ataques del poder a la libertad de los ciudadanos. Para forjar ese carácter liberal se hace necesario un inconformismo nato y un alto grado de escepticismo y desconfianza hacia el poder, que, generalmente, se asocia a la idea de Juventud, entendida como inconformismo.
Por ello es también importante la regeneración de las organizaciones o instituciones de ideario liberal. Porque si de algo huye el liberal es del conformismo. Cierto es que el liberal no se opone a la conservación de tradiciones e instituciones, pero siempre que considere éstas útiles para la defensa de la libertad, no porque éstas lleven en pie desde tiempos inmemoriales. Y es precisamente aquí donde los liberales se suelen encontrar con los conservadores. Pero no ha de olvidarse que ése no es un alineamiento inquebrantable, pues para el liberal la institución no es superior al individuo, y por tanto, no comparte la sumisión incondicional de éste a las instituciones, sean éstas públicas o privadas.
Es posible que, en esta vorágine absurda de la política española, olvidemos que nuestras ideas, por encima de todo, son las más eficientes y las que más riqueza generan. No porque sean ideales superiores que no están sometidos a crítica, es decir, dogmas, sino porque tras numerosos análisis teóricos y sobretodo prácticos, se ha evidenciado esa conclusión: la defensa de la Libertad (individual, de empresa, de expresión,etc) y la limitación del poder, suponen la más eficiente manera de organización social, por ser ésta vía la que mayores beneficios supone para mayor número de personas.
Una de las facetas que caracteriza al pensamiento liberal es la falta de romanticismo, lo que supone un hándicap a la hora de defender esta ideología en épocas de hedonismo y exceso de bienestar sin esfuerzo, como la actual. El romanticismo ha supuesto el germen del totalitarismo más atroz (siglo XX) o mediático (siglo XXI). El falso ideal de una meta más allá del individuo, ya sea ésta material (comunismo) o espiritual (nacionalismo o fundamentalismo) supone olvidar que el ser humano es un fin en sí mismo, más allá de la masa, del rebaño, de la tribu. El romanticismo, o su cara actual, el buenismo, supone que hay bienes comunes que obligan al individuo a sacrificar su libertad en aras de una meta mayor. Se trata de transitar el camino inverso al que plantea el liberal: Mientras ideologías como el socialismo proponen el sacrificio de la libertad individual para un mayor bienestar, el liberalismo propone garantizar la libertad individual por ser ésta la mejor y más eficiente herramienta para la consecución de un mayor bienestar social.
No hay sitio en el Liberalismo para el paternalismo. Esto no significa, como los enemigos de la Libertad suelen argumentar, que el liberalismo se olvide de las necesidades de los más desfavorecidos. Antes al contrario, es precisamente el liberalismo la ideología que más progreso ha traído a mayor número de personas. Es un hecho y no una opinión, que allá donde la defensa de la propiedad privada sale adelante, donde existe la competencia y el principio del mérito, donde existe el imperio de la ley y la lucha contra los monopolios, se produce un aumento del bienestar generalizado, y por tanto, también de las capas más desfavorecidas de la población.
Resulta evidente que a menores trabas para la creación de empresas, a menos impuestos, más empresas se crean, y por tanto, más puestos de trabajo, y por tanto, mayor renta y por tanto mayor consumo, que a su vez genera más demanda, que a su vez crea mayor oferta. Esta sencilla premisa parece no haber entrado en algunas distinguidas cabezas de la derecha española. Cuestión complementaria a lo anterior y absolutamente necesaria para que la riqueza fluya es el establecimiento de un marco legal claro, previsible, que marque líneas rojas que no deben cruzarse: leyes antimonopolio, legislación laboral flexible junto a una inspección laboral implacable en la persecución de la explotación, unidad de mercado, independencia de los organismos de control y de la justicia.
No sería justo concluír sin reconocer que la defensa de este ideario no es tarea amable, ni tarea de espíritus acomodados. Pero nadie dijo que fuera fácil. Es cierto que la defensa de la libertad tiene numerosos enemigos, pues no hay que olvidar la natural tendencia del ser humano a acumular poder y a imponer a los demás su manera de pensar, aún cuando en numerosas ocasiones la manera de pensar del gobernante no se corresponde con su manera de vivir. Vean cómo vive la familia de cierto sátrapa caribeño, o de su clon bananero. O de cómo visten ciertas ministras que tienen el rostro de denominarse...socialistas.
Saludos liberales.
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