Imaginemos que alguien válido, contrastado, ganador quisiera optar a dirigir el Partido Popular. Alguien que para millones de militantes supone una nueva y ansiada esperanza. ¿Cómo maniobrar para alcanzar el objetivo? El problema es el sistema electivo del PP. El sistema está pensado para que quienes decidan sean, precisamente, los que sólo quieren asegurarse su poder. Y recordemos que, por lo general, los mediocres y los trepas se cuidan muy mucho de que nadie objetivamente mejor que ellos les quite el sillón, a pesar de que incluso en su fuero interno sepan que esa persona es la mejor de las opciones para su empresa, negocio, o incluso para su patria. Ergo, las opciones del candidato pasan por ganarse a algunos que desearía cargarse. He aquí la gran cuestión: ¿A cuánto asciende esa factura? ¿Son personas de fiar? ¿Qué tiene que ganar y cuánto que perder el candidato de la esperanza? ¿Cuánto puede durar Rajoy incluso si es la única candidatura final en el Congreso? ¿Hasta las próximas europeas? ¿Hasta las próximas autonómicas? Hay quien incluso cree que el aspirante tan sólo tiene que sentarse a esperar el cadáver de su adversario pasar. Otros que debe dar ahora la batalla. La cuestión es: ¿Es útil dar una batalla a sabiendas de que se va a perder?¿No lo estarán provocando quienes quieren anular a un competidor peligroso ahora que juegan con las cartas marcadas, a sabiendas que no serían rival en campo abierto? Frialdad y estrategia. Es mucho lo que está en juego. Se trata de España. Se trata de la Libertad.
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