domingo, 29 de marzo de 2009

Discurso 29 de marzo en La Coruña contra el aborto

Buenos días a todos,


Es un honor para mí poder dirigirme a vosotros. Porque vosotros representáis valores, conciencia, moral, y compromiso, y eso, en los tiempos que vivimos, empieza a escasear de manera preocupante. Y no hablo sólo de valores religiosos, que son igualmente honorables, sino de valores morales, de compromiso con los demás, y de compromiso con la verdad y con la Libertad.

Mis palabras de hoy no están guiadas por lo políticamente correcto, no quieren poner paños calientes, y no pretenden huir de términos explícitos. Soy liberal, amo la Libertad, y creo que, como dijo alguien más sabio y más preparado que yo, “la libertad es decir a los otros aquello que no quieren oír”. Y eso haré hoy. Empezaré por llamar a las cosas por su nombre: el aborto es una conducta encaminada, objetivamente, a acabar con una vida. Hay quienes ponen etiquetas a la vida, hay quienes valoran la vida en función de parámetros como la dependencia, el desarrollo orgánico, las posibilidades de supervivencia, o la situación económica. Muchos hablan y discuten sobre si el embrión es humano, sobre si se puede considerar persona a un feto, pero nadie se atreve a contradecir, racionalmente, científicamente, que desde la concepción, existe vida, que desde la concepción, zigoto, embrión y feto, son seres vivos, el mismo y único ser vivo, con un código genético único e irrepetible. Animo a muchos a que miren una ecografía de una mujer embarazada y me digan si lo que ven es un ser vivo o no, les animo a que escuchen los latidos monitorizados de un feto y me digan si eso es vida o no. Pero algunos, como digo, le ponen etiquetas a la vida, la califican de buena, mala, digna, indigna, dependiente o autónoma.

Sin embargo, para muchos ciudadanos, entre los que nos contamos los aquí presentes, la vida es un valor en sí mismo. El más alto valor a proteger. Esa y no otra es la premisa básica de la que nacen después otros derechos. No hay derecho más importante que el derecho a la vida. No hay seres vivos que merezcan morir, no hay seres vivos indignos, “viables” o “inviables”. Una sociedad que califica la vida, que la etiqueta, que la prejuzga, que antepone lo social, lo económico, a la vida, una sociedad que reniega del derecho a vivir, es una sociedad moralmente enferma. Todos los seres humanos tienen derecho a vivir. Y es una responsabilidad moral ineludible, proteger el derecho a vivir de todos los seres humanos, pero aún más la de proteger la vida de aquellos que están absolutamente indefensos.

Y permitidme algunas reflexiones sobre la moralidad en la actualidad. Como liberal, entiendo que la libertad no es un medio, es un fin en sí mismo. Y la libertad tiene dos caras inseparables: elección libre y asunción de la responsabilidad de nuestras elecciones. Sin responsabilidad, la libertad se convierte en nihilismo, en bestialismo, nos deshumaniza. Por eso es tan importante diferenciar la norma de la excepción. La norma ha de ser la responsabilidad porque no hay libertad sin responsabilidad. Debemos luchar contra la relajación moral, contra la marea de relativismo, contra los mensajes a nuestros jóvenes basados en el hedonismo sin sacrificio. No enfrentar las consecuencias de nuestros actos, nos hace insensatos, inhumanos, e irresponsables. No es ese el camino que debe seguir una sociedad libre, pues rápidamente dejaría de serlo. Socializar la responsabilidad individual, como pretende este gobierno, es la antesala de la decadencia moral de la sociedad.




La pretendida reforma del aborto propuesta por los partidos de izquierdas en España, pretende, sutilmente, invertir los términos: pretende normalizar el aborto.

El aborto es un fracaso, una tragedia. En primer lugar para el ser vivo no-nacido, al que se mata. En segundo lugar, para las mujeres, que se ven sometidas a la más antinatural de las operaciones: la de eliminar la vida que late en su interior, cuando su cuerpo, y en no pocas ocasiones, su mente, está preparado para todo lo contrario, para dar vida.

Pero la reforma gubernamental propuesta, basada en meros plazos para decidir la vida, encierra una intención más profunda: la de la relativización de la vida. Para conseguirlo, los proabortistas no dudan en tergiversar términos, desinformar, y razonar contra la ciencia y contra la lógica.

En lo jurídico, el gobierno usa una vieja coartada: si una ley no se cumple, en lugar de hacerla cumplir, se cambia.

El aborto, tal y como está regulado en España, es un delito despenalizado en tres supuestos excepcionales. Es decir, la norma es el delito, y la excepción está basada en situaciones límite, en las que el legislador entendió que colisionaban bienes jurídicos. Por eso, el aborto sólo está despenalizado en estos supuestos. Fuera de ésos, no existiendo conflictos surgidos de situaciones límite, el aborto es y debe seguir siendo un delito penado, una conducta socialmente reprobable.

Sin embargo, el cumplimento de la regulación actual, lejos de ser estricto, es un auténtico coladero para que auténticos carniceros acaben matando impunemente fetos, lucrándose con la muerte de manera indecente.

Si la regulación actual del aborto es un auténtico coladero por el que se acaba impunemente con más de cien mil vidas al año, ¿qué propone el gobierno? En lugar de arbitrar medios y reformas que eviten ese coladero inmoral, presenta una norma que, lejos de acabar con el coladero, lo generaliza, lo legaliza, eliminando las excepciones, ideando un modelo en el que el aborto sea la norma y la vida no valga más que un plazo establecido en algún despacho monclovita.

En lugar de invertir dinero público en ayudas a todas las mujeres para que no aborten, en lugar de flexibilizar y favorecer en España la adopción, la acogida, prefieren abrir las puertas al aborto libre, la solución más insolidaria, la solución más antisocial, más reaccionaria. No dudan en gastarse dinero en mejorar sus despachos, pero no creen en las ayudas sociales y las medidas necesarias para evitar el aborto. Por tanto, utilizando el fracaso en el control de los abortos ilegales, pretenden justificar a escondidas el aborto libre, eliminando, precisamente, los controles.

Para abortar, en caso de prosperar la iniciativa del gobierno, dejaría de exigirse una causalidad basada en una situación límite. El aborto pasaría a convertirse en un derecho, en un trámite que se puede realizar si se cumplen ciertos requisitos.

Eso y no otra cosa significa una ley de plazos. De la misma manera que uno no puede sacar el permiso de conducir coches hasta los 18 años, no se podrá abortar después de las 14 semanas. Cumplido este requisito, la causa ya no importa. La vida, antes de las 14 semanas, ya no valdrá nada, sólo existirá un derecho: el derecho a matar impunemente a un feto. Se eliminará la causalidad basada en la excepción, todo se reducirá a justificar una fecha para matar al feto, se negará el bien jurídico protegido, la vida del nasciturus, y se apelará simplemente a una cuestión estética, puesto que no existe ninguna razón científica o moral para determinar la muerte hasta la semana 14 y no hasta la 14 y un día. Y si eso sucede, la muerte habrá triunfado sobre la vida. Se abrirá una ventana más a la amoralidad de la sociedad, y se habrá reducido el bien supremo, la vida, a una cuestión meramente temporal, a un plazo, a una fecha.

De lo que se trata, pues, es de eliminar la marginación y el rechazo social que produce la conducta abortista. Sería, en suma, y de manera sibilina, dar un paso firme hacia el aborto libre y gratuíto que tanto ansía la izquierda. Si cae la barrera moral sobre el aborto, si se “normaliza” legalmente la conducta, si lo “excepcional” se hace “norma”, entonces nada podrá parar el aborto libre, y por extensión, y con la misma base argumental, la eutanasia. La muerte se habrá “normalizado” en España.


Frente a esta concepción desvirtuada de la vida, frente a la cosificación de la vida humana, frente al falso progreso que defiende frustrar el más importante de los progresos, el del embrión hacia su nacimiento, nos alzamos hoy. Frente a la socialización de la responsabilidad individual, muchos exhortamos a que las personas elijan libremente y acepten y enfrenten las consecuencias de sus actos, sobre todo si esa elección libremente adoptada crea una nueva vida, única e irrepetible desde su concepción. Frente a los que defienden que la vida sólo es plena si es autónoma, muchos defendemos la plenitud de la vida misma, el respeto a los dependientes, sean fetos o ancianos, embriones o discapacitados físicos o psíquicos. Frente a los que defienden que antes de nacer no somos personas, muchos defendemos que, genéticamente, somos el mismo ser vivo, individual y único, desde la concepción hasta la muerte, y que tan absurdo es decir que un embrión no es un ser vivo único, con la misma e irrepetible estructura genética, que decirlo de ese mismo embrión cuando se hace niño, joven o anciano. Porque lo que cambia es el formato, pero la esencia, la vida, permanece.

Y por eso es necesario acabar esta jornada de celebración de la vida, de defensa de la razón, de la libertad y del verdadero progreso, alzando nuestra voz por aquellos que todavía no pueden decir sus primeras palabras, alzar la voz alto y fuerte para que se escuchen las voces de los ciudadanos que creen en la vida, para que nuestro mensaje llegue a todos los rincones, con alegría, pero también con la firmeza de quien jamás va a renunciar a sus principios. Por ellos por los que están por venir, en su nombre pido a todos que me acompañéis y gritéis conmigo: ¡VIVA LA VIDA!

1 comentario:

Anónimo dijo...

Querido amigo, nos marcas el camino a seguir con el arma que más daño les puede hacer, los valores.
Es lo que más les duele, la gente con valores, de ahí sus críticas hacia todo aquel que hace gala de los mismos, sean los que sean.
Y les duele porque hace tiempo que renunciaron a ellos, y sustituyeron estos por la mentira y la infamia, pero aún así no se cansan de mostrarnos de manera constante su vacio moral.