La decadencia moral e intelectual que asola España engendra, de manera natural, especies que, como musarañas en la noche, salen en busca de su alimento. No sería posible que sobrevivieran en un entorno de competencia y responsabilidad, en un entorno de valentía, de coherencia y de objetividad. Por eso nadie los había conocido hasta que se destapan en medio de la ola grisácea que nos invade.
Hay personajes que se cuelan como los ratones en los desvanes y tratan de roer todo lo que puedan hasta que alguien aparezca con un raticida y vuelva a adecentar el trastero. Estos ratones, si crecen demasiado, adquieren un cierto poder mediático y se proclaman como adalides de las verdades y defensores de los que se conforman con barrer el trastero de manera periódica moviendo la porquería a derecha o a izquierda según protesten más los de un lado o los de otro.
Estos gusarapos están radicalmente en contra de todo movimiento que suponga enfrentar el puesto de trabajo con la realidad y no digamos con los principios. Para esta neo-aristocracia de tertulia barata y consigna partidista no hay más principio que la defensa del patrón que les ha permitido dotarse de cierta aureola de intelectualidad por haber sabido tejer unas cuantas letras entre las consignas dictadas y la crítica al adversario del jefe.
Y esta casta de paniaguados no duda en arremeter contra todos aquellos que defienden principios, libertades e independecia. Y no carece de lógica su actuación. Los parásitos del poder sólo existen en la medida que subsista el sistema que otorga el mando a sus jefes. Si éstos perdieran el mando en plaza, los otros volverían a su esencia natural: la nada.
Así, mientras a estos parásitos se les ve el plumero en cualquier tertulia, pues no en vano saltan a las primeras de cambio y de manera obscenamente virulenta en defensa de partidos y políticos que les han aupado a los debates y las televisiones, callan o incluso aplauden toda medida contra quienes, lejos de ejercer un periodismo a sueldo de políticos, se expresan libremente y hacen pasar a las personas por el filtro de los principios y no a los principios por el filtro de las personas.
De la misma manera que hay periodistas deportivos que basan su fama en adular constantemente a ciertos deportistas, hay quien crece lamiendo la bota de los políticos, la misma bota que patea periodistas independientes. Pero todo el mundo sabe que hablan por boca de sus patrones. Por ello, lo que dicen sólo interesa en la medida en que se sabe que ha sido dictado por terceros que los manejan. Esa es toda su credibilidad. Por contra, hay periodistas que se expresan libremente y defienden principios, y como consecuencia acaban por ser víctimas de políticos y poderosos. Pero todo el mundo comprende que si un político le quiere quitar de en medio es porque le toma en serio, porque le puede sacar los trapos sucios y dejar sus miserias al descubierto. Y ése es el valor del verdadero periodista: su credibilidad, la suya, no la de quien mece la cuna.
Es fácil, por otro lado, distinguir a unos y a otros. Los parásitos nunca arriesgan una opinión que pueda contravenir al jefe. NUNCA. Suelen ser burdos, repiten mantras o consignas que curiosamente repiten los políticos a los que apoyan. Suelen estar, además, escasamente documentados, y suelen justificar lo injustificable. Nunca se ha visto un periodistilla de esta clase que pase de adular a criticar a un político, salvo que éste político haya dejado paso, precisamente, a quien ellos pasan a adular.
Por último, hagan la prueba. Es un juego divertido y seguro que pueden identificar a algún parásito. Es fácil: en estos tiempos son la especie dominante.
Salud y Libertad.
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