viernes, 20 de noviembre de 2009

La receta liberal


A menos de 24 horas de la celebración de las III Jornadas Liberales Galaicas Poder Limitado, ese encuentro anual del libertariado gallego indomable, de las personas incansables en defensa de la Libertad, se imponen ciertas reflexiones:

Vivimos en un momento realmente delicado de la política española. Las viejas recetas intervencionistas, aderezadas con nuestro eterno problema estructural, un sistema perfectamente diseñado para crear y fortalecer las castas políticas parasitarias, están poniendo en jaque a toda la ciudadanía. Cada vez nos resulta más difícil a los ciudadanos esquivar la acción del Estado. Poco a poco, y sin las otrora ruidosas y burdas técnicas del socialismo primitivo, el Estado va creciendo y apropiándose de parcelas exclusivas del ámbito privado e individual. En España resulta una odisea:

- Participar en la política desde la sociedad civil.
- Educar a nuestros hijos para que gocen de una preparación profesional mínima que les permita competir en el mercado laboral.
- Crear una empresa.
- Ahorrar (por la voracidad impositiva del Estado, las CCAA y los Ayuntamientos)
- Esquivar la jungla de leyes, reglamentos y normativas que pretende imponernos cómo hablar, pensar, comer, mantener relaciones sexuales, en qué creer, qué valor darle a la vida, a la muerte...

Padecemos, además, un sistema político corrupto hasta la náusea. Y no me refiero a casos de corrupción, esto es, políticos que se aprovechan de sus cargos públicos para llenarse los bolsillos personalmente o a través de familiares, amigos o las propias formaciones políticas. Me refiero a la corrupción moral y política de nuestra casta de representantes.

En la política española nadie habla claro, presos unos de lo políticamente correcto, otros de las ansias de poder, y otros, sencillamente, porque están absolutamente vacíos de ideas, valores y proyectos.

Partidos convertidos en gigantes burocráticos que aplastan al discrepante. Partidos centrados en llegar al poder al precio que sea. Partidos sin conexión con la sociedad civil más allá de agitarlos en los momentos previos a las elecciones. Partidos en los que no existe la meritocracia, al menos en el sentido clásico de seleccionar a los mejores. Aquí se trata de "hacer méritos" para llegar al cargo, no de llegar al cargo por tener capacidades reconocidas.

Tenemos un Parlamento en el que los debates se celebran en los pasillos, despachos o bares de las cercanías de la Carrera de San Jerónimo. Mejor dicho, no tenemos Parlamento, tenemos un gran mercado de votos, dinero y prebendas políticas. En España poco importa si lo que se debate es o no adecuado para el progreso de la nación, de los ciudadanos. Lo que importa es la aritmética, el cambalache, el pasteleo, el ¿qué hay de lo mío? El Parlamento es humo, un lugar donde los democristianos pueden apoyar una ley abortista y los supuestos liberales un plan de rescate de la banca con dinero público o un despilfarro en subvenciones/limosnas de 400 euros. Un parlamento donde los socialistas votan la privatización de las funciones propias del ejército y apoyan a la banca, y los comunistas piden ¡transparencia y memoria histórica!. Todo vale.

Sufrimos, además, una justicia lenta, ineficiente y politizada. Carente de medios materiales y personales y sobrante de política y designación de cargos con obligaciones debidas. Una justicia que, una y otra vez, ha dejado sin amparo a los ciudadanos, que ven cómo se puede salir impune de estafas millonarias, de estafas empresariales con cierres de medios de comunicación, cómo se puede ver indultados a miembros de gobiernos condenados por secuestros y malversación de fondos públicos. Una justicia que mide con diferente rasero a quien nada tiene y a quien todo calla. Una justicia que se pone de perfil mientras el Estado obliga a los ciudadanos a "reeducarse" según los cánones que la casta política decida.

Y, por último, España se convierte a marchas forzadas (esto es, dirigidas) en una nación de incultos, de jóvenes que pueden recitar las alineaciones del Barça o el Madrid, o los concursantes del reality de turno, pero que son incapaces de distinguir entre el comunismo y el capitalismo, que conocen "Gran Hermano" pero no saben quién era Orwell. Una sociedad de futuros subsidiados que necesitarán del Estado para poder sobrevivir porque están demasiado acostumbrados a que piensen por ellos, trabajen por ellos, cobren por ellos...y esta generación será la encargada de gestionar España en 20 años: hospitales, juzgados, policías, políticos...reflexionen sobre ello.

Pues bien, con todo este panorama se hace necesario reinvindicar, alto y claro, nuestra receta, la receta liberal. Tenemos la obligación moral de recordar en cualquier foro, lugar, ante cualquier persona, personaje o institución que la única vía para que la nación salga adelante es la de la defensa de la Libertad en todos sus campos. Defender la premisa de que cada uno ha de ser responsable de sus elecciones libremente adoptadas, que cada persona es dueña de su destino y de su vida, de su propiedad, de su libertad. Que la política no es sólo el ejercicio profesional de un cargo público. La política es sociedad civil, es ciudadanía. Que el Estado ha de limitarse a mantener el orden y a garantizar que los derechos individuales se respeten, a garantizar la posibilidad de esa libre elección, creando espacios de libertad, no apropiándosela.

Es necesario repetir hasta la saciedad que la democracia no es partitocracia. Que los partidos no pueden suplantar a la sociedad, sino representarla y abrirle la vía para que se pueda expresar a través de ellos. Que no habrá democracia real mientras no exista democracia real en la elección de nuestros representantes. Sin listas cerradas, sin avales previos, sin votaciones a mano alzada, sin jerarquías ni lealtades inquebrantables. La política debe fluir de abajo (la ciudadanía) hacia arriba (las instituciones).

Defendamos la independencia judicial, la elección de los magistrados del Supremo por los propios magistrados, sin injerencias políticas. O se cree en el Poder Judicial o no se cree. Defendamos que en democracia EL CONSENSO HA DE SER LA EXCEPCIÓN, que éste ha de imperar en ciertas materias de Estado como Educación o Defensa (en las que ahora no existe) y ha de evitarse en la contienda política diaria. Porque la democracia es discusión, es dialéctica, es convencer a los demás de que tu opción es la mejor, ganando las elecciones y poniendo en práctica el programa que han elegido los ciudadanos en ese momento. Pero admitiendo siempre que la alternancia es un ejercicio de higiene democrática, precisamente la esencia de la democracia: cambiar de gobernantes sin violencia o derramamiento de sangre.

La aceptación de la alternancia política es la otra cara de la aceptación de la división de poderes: nadie puede apropiarse del Estado y legislar para perpetuarse en el poder. Y ahí precisamente entra en juego la división de poderes, el control judicial, la limitación del poder. La confusión de poderes, la extensión de las mayorías parlamentarias a los órganos de control independientes, la búsqueda del consenso como norma general, todo ello conduce, más temprano que tarde, a una partitocracia que degenerará, indefectiblemente, en la dictadura de lo políticamente correcto primero, y en la simple y dura dictadura después, por mucha democracia formal que aparentemente exista.

Nunca la Libertad está garantizada. Es consustancial al ser humano recortar las libertades de los demás en beneficio propio. Es algo inherente al poder, y por extensión a la mayor representación de éste, el Estado. Por eso es tan necesario establecer mecanismos de control, contrapesos que limiten el poder. Por eso es necesario reivindicar, una vez más, que no hay libertad sin separación de poderes, sin un legislativo que fiscalice y controle al ejecutivo, sin un poder judicial independiente que no tenga reparos en procesar y juzgar a quienes abusen de poder.

Pero esta división de poderes, insisto, debe alcanzar también, y por idénticos motivos, a los partidos políticos, que deben diseñarse para que exista un claro equilibrio entre una jerarquía que garantice su funcionamiento como organización, y un mecanismo que permita el control y la fiscalización de la actuación de los órganos ejecutivos de las formaciones políticas por parte de sus afiliados. Y no se me ocurre otro método mejor que abrir a la militancia de los partidos la elección de sus líderes mediante unas elecciones primarias en igualdad de condiciones para todos aquellos que quieran dirigir las organizaciones. Unas elecciones internas que permitan a los militantes conocer de primera mano qué valores y qué proyectos y prioridades tienen sus candidatos antes de darles la confianza y no esperar a ver "cómo sale" el candidato una vez que ya esté elegido por el aparato.

El complemento a todo lo anterior es adoptar para el sistema español el mecanismo de listas abiertas en las elecciones, en las que los ciudadanos puedan votar a los políticos en función del trabajo que realicen, de su honradez personal y profesional y de si se sienten o no representados por ellos. Si a todo esto le añadiéramos un sistema que garantice la gobernabilidad al partido más votado, estaríamos avanzando hacia una democracia de verdad, y dejando a un lado la senda actual de España: la democracia dictatorial. Existe otro camino al de la servidumbre, el camino de la Libertad